El inestable nuevo orden mundial

Cómo pasa el tiempo. Hace menos de cuatro años, George Bush anunciaba el advenimiento del “nuevo orden mundial” y André Giücksmann se las ingeniaba como vendedor de plátanos sobre los escombros del Muro de Berlín. La buena nueva liberal volaba de capital en capital: se anunciaba que el fin de la historia había llegado, con la victoria definitiva del Occidente cristiano sobre los tenebrosos bárbaros, con la derrota del totalitarismo a manos de la democracia sin adjetivos, con la superioridad constatada del reino del mercado sobre las incoherencias burocráticas de la planificación. El siguiente artículo, sobre los reales alcances del “nuevo orden mundial” ha sido tomado del número 1553 (29 de julio de 1993) del semanario francés “Ratigo”, que publica la Liga Comunista Revolucionaria, sección francesa de la Cuarta Internacional.

El orgulloso toque de esas triunfales trompetas se pierde ya en el obsesivo leit-motiv del lúgubre deguella. Bajo su cáscara de caos de estos tiempos, el “nuevo orden” muestra al viejo desorden agravado. Horizontes oscuros, angustias sobre el mañana, temores milenarios: el fin de siglo muestra ilegible en el crepúsculo. Y sólo la comprensión de lo que está en marcha, por encima del ruido y el furor del momento, puede establecer con lucidez el indispensable optimismo de la voluntad.

El capital es un fetiche eminentemente dinámico. A no ser que fuera aniquilado de una vez por todas, él extrae en sus crisis la fuerza de sus metamorfosis y de sus renovaciones. Tras los sueños de crecimiento ilimitado, los años setenta pusieron la recesión en el orden del día. En menos de cuatro años, la caída de Saigón, la liberación de las colonias portuguesas, la revolución nicaragüense, el derrocamiento del sha de Irán anunciaban una sacudida. generalizada del orden planetario surgido de la Segunda Guerra Mundial. Ello implicó que las potencias imperialistas no tuvieran las manos libres para rehabilitar su sistema de dominación. Por su parte, el movimiento obrero – golpeado por los primeros efectos del desempleo y conducido bajo la línea del “compromiso histórico” y otros pactos de austeridad por partidos reformistas mayoritarios en su seno- perdió la iniciativa conquistada desde 1968 en los centros de la acumulación capitalista.

Así, el capital se beneficiaba de la crisis para hacer pagar el costo principal a los trabajadores y para consagrar su atención en una una modernización selectiva del aparato productivo así como en una modificación de la organización del trabajo. Desde el principio de los años ochenta, bajo la batuta liberal de Reagan y Thatcher, pasó a la contraofensiva. El proyecto de “la guerra de las galaxias” no era sino el aspecto militar de ese nuevo curso. Resultado: a partir de l982 la recuperación económica permitió a Estados Unidos, y – sobre todo – a Alemania y a Japón, a acentuar su superioridad relativa y ahondar las distancias en los niveles de la productividad del trabajo, en detrimento de los países dominados, arrojándolos dentro de una nueva espiral del subdesarrollo, como sociedades condenadas al “estancamiento” burocrático.

Esta evolución de los últimos diez años permite comprender los principales acontecimientos de la nueva situación mundial: la caída de las dictaduras burocráticas sin que surgiera de sus ruinas ninguna alternativa socialista democrática ni la reconstitución de un poderoso movimiento social independiente. En donde ese movimiento existió, como fue el caso de Polonia con Solidaridad, se encuentra desintegrado por los mecanismos de cooptación política y por los efectos disgregadores de la competencia mercantil. Es incuestionable que las potencias imperialistas sacaron partido de esta coyuntura con el desmembramiento de la URSS para beneficio de la lógica de la restauración capitalista, con la unificación alemana bajo las condiciones y criterios del gobierno de Bonn, con el estrangulamiento de la revolución en América Central y el reforzamiento del bloque contra Cuba, con la guerra del Golfo y el desmembramiento de Yugoslavia sin que se alcance a expresar una resistencia de clase a la guerra civil. La legitimación de la ONU, del derecho de ingerencia de la paracaidista ayuda humanitaria y de los desembarcos pacificadores son el acompañamiento de esas modernas cruzadas.

El occidente al desnudo

Sin embargo no se trata de un “nuevo orden”. En el crudo lenguaje de los militares, un alto dignatario militar brasileño declaró sin ambages que es nuevo orden anunciado sería “más inestable, más injusto inestable, y más violento” que el precedente. ¡Vaya pues con el orden inestable!

La desaparición del pretendido peligro rojo no ha logrado crear un sistema monetario viable ni una convivencia económica reglamentada. Tampoco ha resuelto la crisis de hegemonía entre los principales países imperialistas. El occidente proclamado victorioso por nocaut se descubre huérfano, sin su opuesto burocrático, un poco solo un poco desnudo sin su enemigo comparsa, liberado a la suerte de sus propios vicios.

Apenas celebradas las victorias políticas y militares, apenas ser vidas las últimas gotas de la champaña, los tenores del Grupo de los Siete y del FMI no pueden sino constatar su incompetencia frente a la crisis, frente al inexorable crecimiento del desempleo. Creyeron, por un breve instante, que se abría en el Este un salvador campo para inversiones lucrativas. Pero rápidamente debieron desengañarse al constatar que el mercado no es tan natural como ellos lo habían pensado. Es una institución que requiere de tiempo, que supone una burguesía emprendedora (y no una burocracia parasitaria y mafiosa transformada en empresaria), de capitales disponibles, de relaciones sociales estructuradas, de instituciones judiciales. En resumen, el capitalismo no puede surgir por decreto. Se requiere del tiempo y la pátina: Es cierto, muchos burgueses comenzaron siendo mafiosos. Pero se necesita del paso de generaciones, para borrar las huellas de sus pecados originales. Las inversiones no han estado a la altura de las esperanzas y de las necesidades.

Es necesario decir que tanto las esperanzas como las necesidades eran particularmente elevadas. Visto el costo de la unificación alemana, podemos imaginar lo que costaría una “buena restauración” pacífica a escalas de la ex Unión Soviética. Estados Unidos no está en posibilidades de disponer, toda proporción guardada, más que del 10% de lo que había desbloqueado hace poco para el Plan Marshall. El tono cambia: “la ruta del mercado aparece-larga y difícil” y “la lentitud amplifica la laxitud”. Mientras tanto, he aquí lo que se diseña: un capitalismo despiadado; estrechamente dependiente de las variaciones del mercado mundial, con su carga de desagregación social y de tentaciones autoritarias.

¿Qué tipo de salida de la crisis?

Bajo el acicate de la recesión, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la competencia se acrecienta y el espectro del desempleo relanza las tentaciónes proteccionistas cada vez más contradictorias con la globalización real de la producción y de los intercambios. Las negociaciones del GATT se estancan, aunque ya dos tercios de los intercambios mundiales derogan los acuerdos en vigor, sea por la vía de medidas reglamentarias o de disposiciones discriminatorias contra el Tercer Mundo. Ante la ausencia de regulación social a escala continental o internacional, fracciones dirigentes de la burguesía voltean nuevamente hacia el papel protector del Estado nacional, mientras que su intervención es cada día más opuesta a la reprivatización de la economía, a la aceleración creciente de los intercambios planetarios, a la circulación cotidiana de una masa de capitales que escapa de todo control.

Por supuesto, al igual que las precedentes, esta crisis tiene Salida. Siempre hay una salida. Pero, ¿a qué precio y quién la pagará? Desde ahora parece que los cantos de una salida tranquila, mediante una dualización moderada de la sociedad y un paso de la regulación fordistá a una regulación a la japonesa (toyóüsta), se han extinguido. La reactivación de los años ochenta modificó los plazos. Pero los mecanismos aprovechados por Reagan y Thatcher no son reutilizables. Ahora, Estados Unidos es por mucho el más más endeudado en términos absolutos (más de cuatro billones de dólares dé deuda pública y 11 de deuda total). Ciertamente sólo se presta a los ricos pero hasta un cierto punto. No se podría recurrir, sin riesgos, a un nuevo lanzamiento del crecimiento especulativo (en diez años el volumen de intercambios comerciales aumentó diez veces más rápido que el producto interno).

Las consecuencias sociales de las recetas liberales están ahí: desempleo masivo, incremento en los feñómenos sociales de discriminación, explosión de guettos. En el sentimiento colectivo y en el argot de los medios de comunicación, la brecha Norte-Sur remplazó, al frente Este-Oeste. Eso no exceptúa que el Sur esté en todas partes; para empezar, en el Sur, evidentemente, pero también en el Este. Y hasta en el Norte: en Los Ángeles o en otros lados. Extrañamente, los ideólogos tan presurosos a reprochar al marxismo su estrecho determinismo económico, se empeñan en anunciar el fin de la crisis ante la menor recuperación de los índices de producción o ante la más mínima estabilidad bursátil. Como si la recesión actual no planteara un problema de otra magnitud. Si hay alguna salida de la crisis, esta será de naturaleza política: exige no una simple elevación relativa de las tasas de beneficio sino una redistribución a gran escala de los espacios en los que se valoriza el capital; dicho de otra forma, una reedificación parcial de los Estados y de los continentes. Nada sorprendente, por lo tanto, que la guerra aparezca con frecuencia en nuestro entorno cotidiano: esos nuevos repartos se realizan a través de la redistribución violenta del mapa mundial.

Una reorganización planetaria

Ciertamente, el último medio siglo no ha sido especialmente pacífico. Pero lo que anuncia la guerra del Golfo o la de los Bálcanes es el regreso de los conflictos armados hacia los propios centros imperialistas. No es necesario imaginar ese retorno bajo la característica falsamente familiar de una tercera guerra mundial. La historia nunca es parca en innovaciones y singularidades. Por el contrario, sería frívolo sólo ver un conflicto local en los combates de Bosnia. Por lo que está en juego por los compromisos de los protagonistas y por el papel de los organismos internacionales se trasciende a otra dimensión en el conflicto. Esos conflictos locales o regionales tendrán de entrada una inclinación y prolongaciones internacionales. Pues la guerra en la ex Yugoslavia no es, desafortunadamente, la última. Las hogueras ya alumbran tanto el centro como los rincones lejanos de la ex Unión Soviética, así como el Medio Oriente y la península Indica.

Las tentativas del Tratado de Libre Comercio (TLC) en América del Norte, la zona del Pacifico y, sobre todo, de la Europa de Maastricht (para no hablar de los grupos subordinados, corno el Mercado Común del Sur en Sudamérica, o la coordinación de Visegrad), se inscriben en esta reorganización planetaria. Una veloz carrera parece desarrollarse entre las fuerzas centrífugas liberadas por la crisis y la voluntad política de los involucrados, marcando así un nuevo escalón en la organización del mercado.

Apenas concluido, el TLC de América del Norte vacila ante sus primeras pruebas. Por su parte cada vez es más claro que la Europa de Maastiicht empieza mal. Hemos dicho que nuestra oposición al Tratado de Maastricht no es una oposición a Europa; al contrario. Lo más grave en esa construcción monetaria es que al presentar a una parte de Europa como “la Europa” a secas (en el mejor de los casos una Europa occidental de los ricos, o peor aún, un club restringido francoalemán), los acuerdos de Mastricht comprometen para el futuro la idea misma de una Europa democrática, social y abierta. Hace un año, en vísperas del referéndum francés sobre Maastricht no podíamos imaginarnos que nuestro pronóstico se comprobaría cierto con tanta rapidez. Desde el día siguiente al pequeño “si” francés, el retiro de la libra esterlina y de la lira italiana del sistema monetario y la devaluación de la peseta española caminaban en sentido inverso al de la moneda única. Hoy, nadie sueña seria mente con que los criterios de convergencia definidos en Maastricht puedan ser respetados por más de media docena de países. Por otro lado, la nueva situación política en Europa y la redefinición de los respectivos intereses que la misma entraña, alimentan crecientes dudas sobre la viabilidad del eje francoálemán.

Pánico por la identidad y los reflejos xenófobos

De esta manera, la crisis económica se traduce en política, desde un triple punto de vista. Bajo el efecto de la mundialización, tanto los grandes grupos burocráticos como los viejos Estados nacionales que pierden soberanía se ven impulsados a dominar sus propios espacios económicos. En esas condiciones, los nuevos Estados nacionales que se constituyen, de por sí prisioneros en las tensiones del mercado. mundial, no juegan el papel integrador de las naciones constituidas en el último siglo. Frente a la dificultad de encontrarle a esas naciones una legitimidad funcional, es muy grande la tentación de atribuirles una legitimidad mítica (o étnica) enraizada en los misterios de la tierra y la sangre. Ante la ausencia de respuestas internacionales de clase, vemos dibujarse un perverso juego de espejos entre un particularismo chovinista (en el que el encarnizamiento croata y serbio no es el último ejemplo que veremos) y un cosmopolitismo “humanitario” onusiano, que proporciona las coartadas jurídicas para las intervenciones imperialistas de la posguerra fría.

La pérdida de sustancia y de soberanía de los Estados nacionales para beneficio de los poderes económicos y financieros multinacionales corre paralela a la crisis de los procedimientos de regulación social (el Estado providencial) y al sistema de representación, tanto político (corrupción, abstención electoral, descrédito de los partidos) como sindical. La proliferación de fenómenos mafiosos y la privatización de la violencia, el desgaste de los partidos tradicionales y la debacle moral de las élites dirigentes en varios países son la expresión extrema de esos fenómenos. Estos traducen y amplifican a su nivel la ausencia de liderazgo mundial. Si la guerra del Golfo fue la ocasión para que Estados Unidos reafirmara su hegemonía militar, esa potencialidad militar se muestra desproporcionada con respecto a la potencia económica declinante del imperio. Por el contrario, si Alemania y Japón se convierten en potencias diplomáticas de primer plano, no son más que enanos militares comparados con el gigante estadounidense. En cuanto a la Comunidad Económica Europea, su parte en el comercio mundial no logra compensar el hecho de que no dispone de una voluntad política común y de atributos estatales que le permitan ejercer esa voluntad.

En este contexto, se producen pánicos de identidad y reflejos xenófobos para beneficio de movimientos racistas y de una extrema derecha que renace. Si bien es importante responder a esta amenaza en el terreno democrático, con la más unitaria y amplia movilización, es importante también ir a la raíz del mal, es decir, comprender que no se responderá eficaz y duraderamente a la sombría peste si no se responde a las plagas sociales del desempleo y de la exclusión que constituyen su nuevo terreno de cultivo.

Mayores desafíos

De esta manera, el futuro está lleno de desafíos enormes. El comprender, admitir, que nos involucramos en este proceso a partir de una relación desfavorable no significa ni desaliento ni dimisión. Al contrario; a las puertas de un combate difícil y largo, es mejor tener claramente conciencia de los obstáculos y los peligros. En efecto, los principales síntomas de la crisis actual, el desempleo y el subempleo masivos, implican una acusación inapelable contra el reino del capital. Un mundo que reduce toda relación entre los seres humanos a un intercambio abstracto de tiempos de trabajo no puede responder al derecho humano primigenio que es el de la existencia, ni respetar la relación ecológica entre la sociedad humana y sus fundamentos naturales. La crisis económica, la crisis de representación política, la crisis ecológica ampliamente expresada en la Cumbre de Río, se anuncian como los indicadores de una crisis global de la civilización. Los pilares del orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial (burocracia soviética, hegemonía mundial estadounidense, mecanismos amortiguadores a través del Estado providencial) se han derrumbado o están seriamente dañados. La magia de las recetas liberales ya no opera. Los parches socialdemócratas ya no producen ilusión.

Urge organizar la resistencia y dar respuestas. No obstante, la reorganización del movimiento social, hipotecada por las tragedias de este siglo, es una tarea de largo plazo que reclama de acumulación de nuevas experiencias, renovación de generaciones, transmisión de memoria. Debemos hacer todo a su tiempo, pero el tiempo está corriendo. La contradicción será insuperable si no consideramos que en el tiempo histórico no es homogéneo, que existen acontecimientos y aceleraciones donde los días valen años y los años siglos.

Revista Inprecor, América Latina, número 37, Diciembre 1993

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