“Porto Alegre se mueve”

“La trayectoria de los foros sociales y la evolución de sus contenidos muestra un gusto recuperado por la política. Una fuerte demanda de política. Especialmente en la juventud.”

¿Qué ha aportado Porto Alegre 2003 al proceso del Foro Social Mundial?

Porto Alegre III ha confirmado lo que dejaron entrever Porto Alegre II y, más claramente aún, el Foro Social Europeo de Florencia. Desde el 11 de septiembre del 2001, los acontecimientos se precipitan en el mundo: crisis social y moral en Argentina, hundimiento de la firma Enron, intensificación de la guerra contra Palestina, preparativos de la intervención imperialista en Irak. Frente a estas cuestiones, el consenso básico inicial de las resistencias a la globalización sigue siendo necesario (tasa Tobin, contra el pago de la deuda del Tercer Mundo, contra los paraísos fiscales…), pero no es suficiente para responder a los nuevos desafíos, empezando por el más importante: la guerra.

Es interesante observar cómo las dos cuestiones: la mundialización y la guerra, se han vinculado de una forma lógica. La aparición de esta cuestión crucial no ha dividido al movimiento; quizás lo ha reforzado. Retrospectivamente, parece que todas las movilizaciones que se han sucedido de Seattle a Florencia han contribuido a crear las condiciones de la formidable jornada de movilizaciones antiguerra del 15 de febrero. Hay que recordar que, respondiendo a una propuesta del movimiento antiguerra de EE.UU., fue el Foro Social de Florencia el que hizo de esta fecha una iniciativa de alcance mundial.

Las millones de personas que se manifestaron el 15-F son, sin ninguna duda, un acontecimiento mundial de primera importancia. Nunca había existido una movilización tan masiva y planetaria, antes del comienzo de las operaciones de guerra caliente. Cuando la guerra de Vietnam, fueron necesarios varios años para llegar a manifestaciones de estas dimensiones. Algunos autores, como Paul Virilio, han hablado de una “globalización de las emociones públicas”. Quizás, pero es, también, una globalización de la razón crítica. Para centenas de millares de militantes de la nueva generación, la relación organica entre la mundialización capitalista, la privatización mercantil del mundo y el nuevo militarisme imperial se manifiesta de forma clara.

Yo creo que en Porto Alegre, el ambiente estaba fuertemente impregnado de estas nuevas realidades. Tanto más cuando un segundo factor, de orden geopolítico, ha pesado sobre el Foro: el contexto latinoamericano. El continente es un ejemplo trágico de los estragos económicos, sociales, morales de la contrarreforma liberal impuesta desde hace veinte años. El Foro se reunió a finales de enero, un mes después de la toma de posesión de Lula, algunas semanas después de la victoria electoral de Gutiérrez en Ecuador, mientras que Chávez resistía victoriosamente a los intentos de derrocarlo, cuando las calles bolivianas estaban en efervescencia… ¿Quién podría pensar que este contexto político no irrumpiría en el “Foro Social”?

Así pues, de Florencia a Porto Alegre, todo confirma que se entra en una nueva etapa de politización y de radicalización. Le Monde publicó después de Florencia, en primera página, un texto ridículo imputando esta radicalización a un complot de los trotskistas y de los neocomunistas. Evidentemente, es una tontería. La política (o el gusto por la política) llega a la juventud (muy diferente sin duda a la generación del 68) por su propia experiencia, por el estado del mundo, cada vez más violente, incierto e inquietante.

Lo que llama la atención es que, al menos hasta ahora, esta radicalización en vez de impedir la extensión del movimiento, o de dividirlo, lo acompaña y lo refuerza. Cada vez hay más gente en los foros y en las manifestaciones. El impulso sigue siendo ascendente. Unidad y radicalidad se alimentan en vez de contrariarse.

Espero que podremos continuar por esa vía. Esto es lo que resumía muy bien la conclusión de Vittorio Agnoletto en Florencia: todo el mundo tiene su lugar en el movimiento, todo el mundo es bienvenido, con una sola condición: no suavizar la orientación antiliberal y antiguerra que constituye la fuerza del movimiento.

Sin darle más importancia de la que tienen a los documentos adoptados en el fervor de estas reuniones, es interesante leer la declaración adoptada en Porto Alegre por la asamblea de los movimientos sociales e, incluso, por la Red lnternacional Parlamentaria. Si estas declaraciones se traducen en actos, constituirán una plataforma sólida para las campañas e iniciativas futuras.

Uno de los temas polémicos de este proceso es el papel que corresponde en él a los partidos políticos. ¿Cual es tu opinión?

Lo que está en juego no es solamente el papel de los partidos políticos, sino en primer lugar, el papel y la función de la política misma. También sobre este punto Porto Alegre ha confirmado lo que se mostró claramente en Florencia, especialmente en la mesa redonda entre Bertinotti (Rifondazione), Cassen (Attac), Besançenot (LCR) y Chris Nineham (Globalize Resistence): la línea de delimitación no opone lo político a lo social: los movimientos sociales producen la política de una manera propia y las organizaciones políticas intervienen socialmente. Si las funciones son distintas, hoy en día, la verdadera delimitación está entre las políticas de acompañamiento a las reformas liberales (o a la búsqueda de “terceras vías” entre Porto Alegre y Davos) y las políticas de oposición intransigente a la mundialización capitalista y la guerra imperialista.

La trayectoria de los foros sociales y la evolución de sus contenidos muestra un gusto recuperado por la política, una fuerte demanda de política, especialmente en la juventud. La asistencia atenta a los seminarios organizados por las revistas, fundaciones, redes de publicaciones… es una buena ilustración de ello.

Pero esta recuperación del interés por la política, si bien modifica las relaciones entre el campo social y el político, no resuelve la delicada cuestión de las relaciones entre movimientos sociales y partidos u organizaciones políticas. Estos últimos años se ha disertado mucho sobre la crisis de la “forma-partido”, especialmente a partir del desastre de los partidos de origen o tradición estalinista. Es cierto que las condiciones actuales de la acción modifican la idea misma de lo que es un partido. Por tomar sólo un ejemplo, durante mucho tiempo, la autoridad de la dirección de un partido se ha basado en la centralización de la información, que constituía una fuente de poder de los burócratas políticos (y sindicales). El desarrollo de la comunicación transversal (en red), la producción descentralizada de información, no sólo modifican las relaciones entre la experiencia práctica y las orientaciones programáticas, modifican, también, las condiciones de vida democrática, en el sentido de una desacralización de los equipos dirigentes, un posible control sobre los poderes institucionales, etc.

Todo esto es importante, pero muchos de los discursos sobre la crisis de la “forma partido” sirven para enmascarar la crisis de los contenidos, la desaparición de las estrategias políticas (proyectos, programas, propuestas) en beneficio del marketing, del espectáculo, etc. Esta dinámica forma parte de una tendencia profunda a la despolitización del mundo, que es consecuencia lógica de su privatización generalizada. La inquietud de Hannah Arendt sobre que la política pueda desaparecer completamente del mundo, y con ella una cierta idea de libertad que le está orgánicamente asociada, se encuentra plenamente justificada. Los foros como el de Porto Alegre muestran, por el contrario, que existe un interés (incluso apasionado) por las grandes cuestiones que están en el centro mismo de la política no politicista: ¿en qué mundo queremos vivir, qué especie humana queremos llegar a ser?

Dicho esto, la política es una lucha. Se propone modificar las relaciones de fuerzas, lograr que se muevan los lindes. Por eso, cualquiera que sea el nombre que se le dé (partidos, movimientos, frentes, etc.), la política exige la mediación de organizaciones que den vida a la pluralidad constitutiva de un espacio político. Una política sin partidos se arriesgaria mucho a ser una política sin política. Marx llevó un doble combate contra lo que llamaba “la ilusión política” (la de Lassalle, por ejemplo), según la cual la política se reduce a lo estatal, a la esfera del Estado; pero también contra lo que se podría llamar “la ilusión de lo social”, según la cual la política se disuelve en el movimiento social; éste es el núcleo de su polémica con las diferentes corrientes libertarias.

Se comprende muy bien por qué hoy, después de las tragedias y las desilusiones del siglo XX, después de los desastres estalinistas y socialdemócratas, el “regreso de la cuestión social” ha tenido como centro de gravedad, desde hace una veintena de años, a los movimientos sociales. Pero la distancia entre, por un lado, la removilización social, el desarrollo de las resistencias, la emergencia de los nuevos actores y movimientos y, por otro, el estado de ruina de las fuerzas políticas no es una virtud. Es una debilidad a la que hay que hacer frente para superarla.

El caso de Argentina ilustra los peligros de esta gran distancia. Por un lado, un potente movimiento de autoorganización, magnífico; por otro, una izquierda pulverizada, fragmentada, incapaz de traducir en relación de fuerzas políticas la relación de fuerzas social. Esta situación no puede eternizarse. Las clases dirigentes terminarán por recuperar la iniciativa, incluso a partir de una situación de debilidad, como lo lograron en Portugal en el otoño de 1975.

Hay signos, tímidos aún, en varios países de Europa, de América Latina, de Asia… de reconstrucción de una izquierda política en clara ruptura con las viejas hipotecas de la izquierda complaciente. Pero, por el momento, en los foros sociales el espacio político en ruinas está ocupado por las revistas, fundaciones, etc. Es comprensible, pero no es sano. Corremos el riesgo de reproducir una estricta división del trabajo entre los movimientos sociales por un lado y la política, reducida a las prácticas parlamentarias, por otro. Es lo que sucede en el Foro de Porto Alegre, en el que los partidos sólo existen en el Foro off de las “autoridades locales” o de las y los parlamentarios. Esta situación propicia todas las manipulaciones. ¿Quién puede ignorar el papel clave del Partido de los Trabajadores en la organización del FSM? ¿Acaso la política sólo debería entrar en los foros bajo la forma de la irrupción de “líderes” como Lula o Chávez en el pasado foro o, por qué no, Fidel en el próximo?

Son problemas delicados. Las respuestas no son simples. Pero, si queremos evitar que se instituya un juego perverso entre unos movimientos sociales tentados de cerrar artificialmente su propio espacio y unos partidos cuya “mano invisible” actúa entre pasillos, en vez de a la luz del día, hay que hacer la discusión.

Un aspecta particular de este debate, que ha tenido expresiones muy polémicas en Francia después del Foro de Florencia, es el papel de las organizaciones de la izquierda radical. ¿Qué piensas de este debate?

Después de Porto Alegre, igual que después de Florencia, algunas voces han expresado su inquietud sobre la politización acelerada que amenazaría con desnaturalizar los movimientos antiglobalización. Esta inquietud es, sin duda, sincera por parte de algunos sindicatos y ONG; pero es menos ingenua por parte de cierta prensa. Lo que en realidad preocupa no es la politización (un dialogo político “constructivo” entre Porto Alegre y Davos no les molestaría nada), sino el papel creciente de una nueva izquierda radical, particularmente visible en Florencia, con la presencia masiva de Rifondazione Comunista, de las coaliciones británicas Stop the War y Globalize Resistence, etc. Una presencia visible también en Porto Alegre, con una izquierda dinámica del Partido de los Trabajadores, una presencia militante del Movimiento Sin Tierra, etc. ¿Es necesario recordar, incluso en el terreno electoral, el 10 por ciento de la izquierda revolucionaria francesa en las elecciones presidenciales (tres veces más que el electorado del PC, dos veces más que los Verdes, dos tercios del electorado de Jospin)?

Nadie puede afirmar que estas tendencias se confirmarán en el porvenir. Seguimos estando en una fase de resistencias. Pero la crisis política es de tal magnitud en algunos países, que los debates estratégicos sobre los problemas del poder, prácticamente en punto muerto desde finales de los años setenta, comienzan a resurgir. Nos encontramos en esa secuencia incierta entre resistencias y alternativas, en un momento en que la movilización contra la guerra alcanza proporciones que nadie se habría atrevido a prever hace unos meses. En este contexto se forma una nueva generación militante, en tanto que el paisaje de la izquierda institucional está devastado por las consecuencias sociales de las políticas neoliberales y por el hundimiento de los regímenes burocráticos. Pese a ello, hay que considerar que la socialdemocracia no se va a quedar con los brazos cruzados y que, incluso debilitados, los PC o lo que queda de ellos, son aún capaces de crear problemas.

Para cerrar este tema. un aspecto más general. Varios debates de Porto Alegre III se han referido a posiciones presentes en determinados movimientos (en especial, pero no soló en Argentina) y en algunos libros recientes (Holloway) que afirman una crisis de “representación” que afectaría a todas las corrientes y organizaciones políticas actuales y que, o bien descartaría la “forma partido” como expresión de proyectos revolucionarios o bien plantearía una refundación radical que vendría después y como consecuencia de un desarrollo de movimientos autogestionarios de base. ¿Qué opinas sobre el interés de estos debates? ¿En qué medida deben incorporarse a la reflexión de la izquierda revolucionaria “clásica”?

Creo que en los debates suscitados por libros como los de Negri o Holloway hay que ver, en primer lugar, el signo positiva del renacimiento del debate estratégico al que me referí anteriormente. Imperialismo e imperio: ¿contra qué mundialización, en qué mundo luchamos? Multitudes, clases: ¿quiénes son los sujetos de esta lucha? Poder, contrapoder, antipoder: ¿qué estrategias de movilización?

Estas primeras respuestas tienen el mérito de lanzar la discusión. A mi parecer, tienen el inconveniente de hacerlo teorizando, en gran medida, la impotencia. Una cosa es constatar que muchas de las cuestiones de la revolución carecen hoy de respuesta, que debemos abordar con un espíritu abierto un nuevo ciclo de experiencias, etc., y otra, muy diferente, es eludir los problemas políticos con artificios filosóficos. Deleuze y Foucault son autores apasionantes. Transplantar sus conceptos filosóficos (el espacio liso, el punto de fuga, etc.) a la política es, sin embargo, una operación discutible. El eco del libro de Holloway en Argentina es sintomático. En una amplia medida responde a la vivenria de una rebelión popular. Pero, en lugar de buscar cómo responder a sus bloqueos, les da una fórmula retórica: el antipoder, tan enigmática como la antimateria. Mientras tanto, el poder existe y actúa. Ninguna fórmula mágica lo hará desaparecer. Todas las experiencias del siglo XX nos lo recuerdan.

Igualmente, la categoria de multitud tiene un valor descriptivo indiscutible en un contexto de descomposición o de metamorfosis de las clases sociales, de fragmentación de los sujetos y de complejidad creciente de lo social; pero en la ontología de la pobreza, según Hardt y Negri, evoca a la nueva plebe del nuevo imperio. La referencia a San Francisco como héroe emblemático de la liberación posmoderna no es, en este contexto, una simple veleidad literaria o teológica.

Estos autores (y otros, como Badiou en un registra muy diferente) son muy reveladores de una controversia que apenas comienza. Nos dan la ocasión de hacer nuestro propio inventario crítico. Y de entrar en el debate, fraternalmente, pero sin diplomacia: la discusión es también una prueba de respeto.

Hugo Blanco dijo que el Foro Social Mundial es “una lnternacional sin dueño”. ¿Cómo entiendes el internacionalismo que se reúne y simboliza en Porto Alegre? ¿En qué medida afecta al internacionalismo tal como lo entiende la IV Internacional?

¿Una “Internacional sin dueños”? Desconfío un poco de las fórmulas que tienden a escamotear la singularidad de una situación inédita. Los foros (mundial o continental) son en primer lugar, conforme a su nombre, faros, espacios de encuentro, de intercambio, de debate. No eligen dirección, no votan, no deciden. Así, el Foro Mundial, como el Foro Europeo han marchado, hasta ahora, sobre dos piernas: por una parte, el Foro propiamente dicho, abierto a cuanta gente se reconozca en su carta fundadora, y la Asamblea de los Movimientos Sociales, que es la fuente de los manifiestos y las agendas de movilización (como la convocatoria del 15 de febrero). Los manifiestos los suscribe quien quiere hacerlo. De ese modo se preserva el carácter abierto y unitario del Foro, a la vez que un ala militante se propone acciones comunes.

Se puede decir que hay, según una fórmula de Derrida, una especie de Internacional sin nombre de las resistencias, cuya vaguedad proteiforme refleja las características del nuevo internacionalismo: un internacionalismo realmente planetario (mientras que el de otras épocas fue prácticamente continental), pluralista (que agrupa no sólo al movimiento obrero, sino a todas las víctimas de la opresión capitalista y de la mercantilización del mundo), que se enraíza no solamente en solidaridades éticas, sino en solidaridades orgánicas nacidas de la confrontación con un enemigo común. El caso de Vía Campesina es ejemplar. Mientras que los movimientos campesinos tenían la mala reputación de alzarse con dificultad por encima del horizonte de su terruaños, Vía Campesina, presente en una cincuentena de países, es una especie de internacional campesina. Que campesinos y campesinas de Brasil, de la lndia o del Larzac francés se confronten a las mismas multinacionales, a los mismos mercaderes de simientes, a los mismos circuitos de crédito, cumple evidentemente una función fondamental.

Por el contrario, sería peligroso fijar en una fórmula organizativa prematura el “proceso constituyente” de este nuevo internacionalismo, que va cristalizando poco a poco, de foro a contra cumbre, de encuentro a jornada de acción. Nadie puede predecir las formas que se inventan en este va y viene entre el movimiento y el acontecimiento. Entre tanto, las corrientes políticas que tiene una realidad internacional, una historia particular, unas experiencias, no tienen ninguna razón para autodisolverse o lanzarse a lo desconocido. Por el contrario, pueden enriquecer el movimiento con su propia memoria, a condición de respetar escrupulosamente el pluralismo, los ritmos del debate, y sobre todo la independencia de las organizaciones de masas.

Por modesta que sea la red de la Cuarta lnternacional, ha aportado una contribución significativa a estas experiencias, de Porto Alegre a Florencia, pasando por París y Bruselas. Hemos aportado y hemos recibido: está claro que la Cuarta lnternacional no se define ya, al menos desde hace una quincena de años, como un “partido mundial”, sino más bien como una red de secciones y de grupos nacionales, abierto a organizaciones amigas, grupos simpatizantes, etc. Esto es lo que corresponde a la fase actual de recomposición y de reagrupamiento de una izquierda revolucionaria en el marco de las movilizaciones antimundialización y antiguerra. El reciente 15 Congreso Mundial, que hemos realizado en febrero, ha expresado esa voluntad de abordar el mundo nuevo que se anuncia, sin sacrificar un legado que sigue vivo.

Viento Sur, 2003
www.danielbensaid.org

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