Vagando por el pavimento

En este artículo1, el autor deambula por las calles de la ciudad moderna a la manera del vagabundo (flâneur) benjaminiano. Muestra las relaciones económicas escondidas en los objetos que quedan abandonados sobre el pavimento y repasa, así, la historia revolucionaria de las calles parisinas donde el asfalto ha recubierto a los antiguos adoquines que, obstinadamente, han regresado a la superficie en momentos clave – durante la Segunda Comuna y en Mayo del 68 –. En este ensayo se reúnen la literatura y la política en un recorrido de las calles parisinas – y de otras ciudades – desde el siglo XIX hasta el presente por medio de autores como Renán, Bretón, Péguy, Heine, Zola o Marx, que han sido espectadores y protagonistas de esta historia.

Rutilante como un escudo, lustrado por deambulaciones ociosas, maltratado por caminatas coléricas, el pavimento tiene el corazón oprimido y mucho que decir. Asolado por la lluvia de atardeceres morosos, o agotado bajo el sol de medio día, parece que no rompería ni un plato. Como si no tuviera nada que esconder, nada que reprocharse en su conciencia de asfalto, se extiende claramente bajo el paso cauteloso del centinela.

Duramente aprendida en las pruebas que enfrentó la ciudad, esta urbanidad solapada de la superficie lisa disimula, sin embargo, la duplicidad de un apache insumiso. El pavimento esconde en la misma medida en que muestra.

En realidad, sólo muestra para ocultar mejor. Bajo el asfalto, la piedra. O mejor: el adoquín. Bajo la geometría plana, la geometría del espacio y sus preciados volúmenes. Entre las dos, la vieja querella sin solución del orden y el desorden. Luego de las Tres Gloriosas, Louis-Philippe inició el reemplazo de los viejos adoquines asesinos con inocentes adoquines de madera. Después de las jornadas de 1848 (Renán, patrono de todos los religiosos que cuelgan los hábitos2, contando con espanto toda la ferocidad de la que la burguesía victoriosa era capaz, escribía a su madre: “yo no me meto en nada de eso”), Haussmann mandó pavimentar para domesticar al adoquinado rebelde.

En vano.

En 1869, antes de su regreso a París, Blanqui escribía en Bruselas sus Instructions pour une prise d’armes: “En el estado actual de París, a pesar de la invasión del pavimento, el adoquín sigue siendo el verdadero elemento de la fortificación provisional, a condición, no obstante, de darle un uso más formal que en el pasado. Es un asunto de sentido común y de cálculo”. El adoquín parisino, un “cubo de 25 centímetros de lado”, constituye el elemento de base de una extraña geometría estratégica: “De esta forma se puede calcular por adelantado el número de bloques que serán necesarios para construir un muro cuyas tres dimensiones, largo, ancho y alto, están determinadas”.

Si sabemos que un metro cúbico contiene 64 adoquines de 25 centímetros de lado, y suponiendo una calle de 12 metros,

El cubo total de la barricada y de su contraguardia será de 144 metros que, a 64 adoquines por metro cúbico, dan 9 216 adoquines, lo que significa 192 hileras de 4 por 12 o 48 por hilera. Estas 192 hileras cubren un largo de 48 metros. De esta forma, tendrían que retirarse los adoquines de 48 metros de calle para obtener los materiales de atrincheramiento completos.
Blanqui hablaba por experiencia.

Para levantar las 4 054 barricadas de las Tres Gloriosas de 1830, se necesitaron 8 125 000 adoquines. ¿Cuántos en 1848? Reunidos por arte de magia, saltando de mano en mano, como contraseñas en este desenfreno pasional de trabajo no asalariado, que se burla del trabajo y vuelve a convertirse enjuego.

La belleza de una barricada bien hecha y las “inmensas sacudidas de piedra de despotismo” son estrictamente antinómicas. Circulando y escalando, socarrón y testarudo, molido a golpes y porrazos, el adoquín turbulento no puede aguantar a la piedra de buena familia, acomodada y acicalada como una torpe mojigata.

Por momentos parapeto, por momentos proyectil, el adoquín es la materia prima, la que es buena para todo, en defensa de la logística insurreccional:

La granada, que se tiene el mal hábito de llamar bomba, es un medio secundario, sujeto además a una multitud de inconvenientes; consume mucha pólvora para poco efecto, su manipulación es muy peligrosa, no tiene alcance alguno y sólo actúa sobre las ventanas. Los adoquines causan prácticamente el mismo daño y no cuestan tan caro. Los obreros no tienen dinero que perder.

La insurrección es también una crítica de la economía política: el pueblo es rico en sentimientos y pobre en recursos. En su museo imaginario, la patata y el adoquín son estrellas gemelas: se come la redonda, se arroja la angulosa.

Contra toda verosimilitud, contra toda plausibilidad, contra la fuerza obtusa de las cosas, Blanqui pudo más que Haussmann.

Hay en París fortalezas a placer, por centenas, por millares, tantas como la imaginación pueda soñar […] Se trata de escoger, al azar o a capricho, en un barrio cualquiera, un perímetro formado por una serie de calles, perímetros con cualquier forma […]. Se cierran con barricadas las bocacalles que lindan con el perímetro. Se ocupan las casas en el contorno de dicho frente, y he ahí la fortaleza.

Dos años después de sus Instructions, la Comuna levantó de nuevo las barricadas que el prefecto3 creía haber hecho imposibles. Un siglo más tarde, con exactitud, desafiando la pesadez del tiempo, horadando la corteza embrutecida del pavimento, el adoquín resurgió una vez más, en mayo del 68.

Bajo la uniformidad del pavimento, bajo sus abultamientos e inflamaciones sospechosas, se adivinan los volúmenes inquietantes, las jorobas tumultuosas del adoquín que espera su hora. En el silencio de las calles desiertas, se percibe el rumor ahogado de agitaciones memorables.

No hay que fiarse del pavimento que duerme. Bajo su suave almohada, el adoquín. Bajo el adoquín…4

Y ¿sobre el pavimento?

La huelga, donde los flujos y reflujos del consumo habitual abandonaron sus desechos: hojas muertas, cerillos, boletos de metro, pasadores y botellas de cerveza, pedazos de hilo, monedas, cascaras de cacahuate aplastadas, cajetillas de cigarros, tiros al blanco de ferias, naipes desgarrados durante una partida reñida, muñecas dislocadas por bebés fetichistas, revólveres peludos, relojes de contrabando con el engranaje roto, colillas viejas, papel engrasado, jirones de periódico macerados en su maculatura…

Hasta donde alcanza la mirada, el pavimento es un osario de la modernidad.
Incrustado de ruinas insólitas. Cubierto con misteriosos jeroglíficos.

El mundo entero está presente en cada uno de estos objetos miserables, evasores de su envoltura mercantil, fugitivos de su “envilecimiento singular como objetos” a los que se ha tatuado un precio, para llegar a encallar ahí, agotados y perdidos, sobre ese cuadro de asfalto donde el pisoteo de un viandante distraído los fijó en una postura risible o lamentable.

Su salvación, no obstante, está al final de este naufragio.

Para elevarse del rango de mercancía perecedera al de obra específica, esta materia abandonada debía llegar al fondo de la desesperanza, antes de resucitar, liberada de su servidumbre hacia el uso y el intercambio, eximida de las mezquindades de la vida cotidiana, “separada de todas sus funciones primitivas”, entre las manos acogedoras de los esforzados “peyarots”5, como los afectuosos “pepenadores” [chiffonniers] que son.

Lo que fue despreciado, arrojado, pateado y que sin embargo se rehusa a no ser nada, lo recogen en su cesta que desborda olvido. Esos objetos “pasados de moda, fragmentados, inutilizables, casi incomprensibles”, toman de ahí una perversidad enardecida. Desbaratan, rozándolo, el ponerse de moda. Se sustraen hábilmente del “rito según el cual el fetiche de la mercancía exige ser adorado”.

Esta redención de lo insignificante sólo conserva para subvertir mejor: “La verdadera pasión, muy desconocida, del coleccionista siempre es anárquica, destructora. Puesto que su dialéctica es ésta: ligar la fidelidad hacia la cosa, hacia la singularidad que ésta encierra, con una protesta subversiva, obstinada, contra lo típico, lo clasificable”6.

Harapos, desperdicios, desechos de todo tipo en el mundo mercantil,
¡Unios!
Así va el pavimento.
Lado de cara y lado de cruz. Lado del adoquín y lado de la playa.

Cubierto de rayas de cebra amarillas y pasos peatonales, el pavimento se ahoga en el horizonte de la calle, conduciendo a “aquel que vaga hacia un tiempo terminado [révolu]”. El tiempo detenido de una infancia7.

Y bautizando su pavimento, Arlette Barry y Rico lo pasan en grande8. La rué de l’Arbre sec [“calle del árbol seco”] se transforma en Pavimento de los desiertos desertados. La rué Vide Gousset, Pavimento del cac 409 tenebroso. La rué des Rosiers [“calle de los rosales”], Pavimento de las Rebecas. La rue du Regard [“calle de la mirada”], Pavimento de los encantadores encantados. La rué Monsieur [“calle señor”], Pavimento de las mujeres sabias. La rué Christophe Colomb [“calle Cristóbal Colón”], Pavimento de los viajes inconclusos. La rué des Victoires [“calle de las victorias”], Pavimento de los fragmentos guerreros. La rué du Rendez-vous [“calle del encuentro”], Pavimento de los coitos patológicos. La rue Sauvage [“calle salvaje”], Pavimento de los lugares Otros [Autres ailleurs]. ha rue des Artistes [“calle de los artistas”], Pavimento de los Ruidos sordos. La melle du Soleil d’Or [“callejuela del sol de oro”], Pavimento de las Menopausias tropicales. La rue des Martyrs [“calle de los mártires”], Pavimento de los Fragmentos bárbaros. La rue des Solitaires [“calle de los solitarios”], Pavimento de los Deseos ficticios. La rué de l’Avenir “calle del porvenir”], Pavimento de Todos los mestizajes…

Como si hubieran siempre conocido la “voluptuosidad particular de nombrar las calles”, de elevar pobres palabras ordinarias, palabras de todos los días, a la dignidad de nombres mágicos. Como si descifraran los secretos del “cosmos lingüístico” de las ciudades. A raíz de los disturbios contra el juicio de Sacco y Vanzetti10, a los ojos de André Bretón, el boulevard Bonne-Nouvelle vio cumplida la promesa contenida en su nombre:

Por el momento, se puede estar seguro de encontrarme en París, de que no pasan más de tres días sin que se me vea ir y venir, hacia el final de la tarde, en el boulevard Bonne-Nouvelle entre la imprenta del Matin y el boulevard de Strasbourg. No sé por qué es ahí, en efecto, donde me dirijo sin una meta determinada, sin nada decisivo más que ese dato oscuro; a saber, que ahí es donde ocurrirá eso (?)11.

Todo eso está en estos fragmentos de pavimento, arrancados al sentido único de la circulación y al orden barroco de los planos; en su desierto aturdido por el eco de las fiestas de feria y de los tiovivos, de las procesiones y de los desfiles estudiantiles, de los ataques de la policía y de los choques de los garrotes; en el mundo flotante de sus fragmentos desarticulados.

Fin de partida. Fin de Fiesta.

El pavimento es el paisaje de las ciudades después de una memorable batalla que nunca habría cesado y de la cual se trata de averiguar, en vano, qué fue lo que pasó con los vencidos.

“Las ciudades son campos de batalla”12.

Los títulos de los periódicos que ningún barrendero arrancará ya del abrazo posesivo del asfalto no nos dirán mucho más sobre este asunto. A lo sumo, nos ofrecen indicios.

Una fecha. Algunas sílabas de un encabezado o de algún título.

Restos fugaces de una historia ya borrada. Testimonios de la frontera indecisa entre la novedad del acontecimiento y la fugacidad de la nota intrascendente [fait divers].

Sobre todo, no habría que pensar que el encuentro entre esta página de periódico y esta porción de pavimento es fortuito. Un destino sombrío las prometía, una a la otra.

[Puesto que] lo moderno es un diario, y no sólo un diario sino nuestras desdichadas memorias modernas son los desdichados papeles maltrechos sobre los cuales, sin cambiar el papel, se ha impreso cada día el diario del día. Y nosotros ya no somos más que este horrible pisoteo de letras. Nuestros ancestros eran papel blanco y el propio lino del que se hará el papel. Las letras eran libros. Nosotros, los modernos, no somos más que maculaturas de diarios13.]

En la cofradía de la modernidad, el pavimento y el periódico, el dinero y la mercancía, son cómplices.
Están coludidos.
Cada oveja con su pareja. Es muy conocido.

El diario prosperó por la publicidad y los cursos de la Bolsa. Reclutó a la literatura asalariada, pagada por renglón. La inflación de la moneda y la de los signos avanzan a la par. Las apisonadoras untan el asfalto como la rotativa extiende la tinta.

Siempre es repartir y untar.

Proudhon veía en el periodismo “un cementerio del pensamiento”, y Mallarmé, en el aumento de los tirajes, la dictadura implacable de la mercancía: “Periódico, la hoja extendida, llena, toma prestado de la impresión un resultado indebido de simple maculatura: ni duda cabe de que la deslumbrante y vulgar ventaja sea, a la vista de todos, la multiplicación del ejemplar y la elevación del tiraje”.

El sobreprecio de sus ejemplares nivela al diario. El bombardeo de información sin “noticias” pulveriza la inteligibilidad del mundo. El desborde de la nota intrascendente borra al acontecimiento. ViUemessant, fundador de Le Fígaro, decía con frecuencia que un incendio de la chimenea del vecino interesaba más a sus lectores que una revolución en Madrid.

La noticia que viene de lejos disponía de una autoridad que la hacía válida en la ausencia misma de toda comprobación. La información aspira a una posibilidad rápida de verificación. Frecuentemente, no es más exacta de lo que eran las noticias transmitidas durante los siglos anteriores. Pero, mientras que esas noticias en muchos casos tomaban un aspecto maravilloso, la información debe aparecer en forma plausible. Eso es lo que la vuelve inconciliable con el espíritu de la narración. Si el arte de contar se convirtió en una cosa rara, eso deriva antes que nada del progreso de la información14.

En pocas palabras, “el periodismo piensa sin el placer del pensamiento”15. Para señalar la fecha, por rutina y por vocación, de lo que nunca dejará huella, el pavimento absorbe como papel secante este ersatz de pensamiento sin placer.

De una mercancía a la otra. De una prostitución a la otra.

El pavimento está tapizado de hojas impresas que sirvieron para empacar los pollos y las coles. También está cubierto de los picotazos de tacones de aguja que marcan el paso.

El diario vende información efímera, estropeada tan pronto como es leída. La prostituta vende placer efímero, sin pasado ni porvenir, muerto tan pronto como se consume. Ella realiza la hazaña, el prodigio inaudito de la mercancía que es su propio vendedor y se lleva ella misma al mercado. Al igual que el obrero tiene la ilusión de vender no su fuerza de trabajo sino su habilidad y su técnica [savoir faire], la prostituta da la ilusión de vender “su capacidad para el placer”. Sin embargo, en este simulacro amoroso entre cosas, la belleza se petrifica. Su “sueño de piedra” no deja de acechar las pesadas noches de Baudelaire.

Al ritmo de pasos en el pavimento.
De su descuido estafador; de sus aceleraciones burlonas.
De sus vacilaciones voluptuosas; de sus estaciones zalameras.

Sin mercancías vivas que se ofrezcan o se rechacen. En el mercado abierto, expuesto al viento, de las callejuelas patibularias. En el mercado cubierto de los pasajes y de las casas cerradas. La prostitución tiene su economía política. Su trabajo asalariado en cadena productiva, su proletarización a domicilio y sus grandes servidumbres, sus talleres y sus cooperativas, su medio tiempo y su tiempo completo, su flexibilidad y su marginalidad.

Es el emblema de la humana condición.

En los brazos cruzados de la prostituta que espera en vano, adosada a una pared sucia, el aburrimiento y la espera reúnen sus soledades: como el reverso y el lugar del tiempo improductivo, que desprende su abstracción como pura pérdida. No la espera tensa del felino al acecho, listo para saltar sobre su presa, sino la espera indiferente de la víctima condenada. No el aburrimiento soñador de eventualidades oscuras, sino el aburrimiento resignado a la ronda eterna de las mercancías hechizadas.

El aburrimiento y la espera de la mercancía en anaquel.

Abandonada a la memoria desfalleciente del pavimento, que es el lugar de los pasos perdidos y reencontrados. Perdidos como el tiempo precioso de antaño y de ayer: olvidados y malgastados por caminantes pródigos.

Matinal o nocturno, el pavimento guarda el secreto de salidas precipitadas, de separaciones definitivas, de reencuentros inopinados, de reuniones exitosas y de citas frustradas. De conciliábulos conspiradores, de confesiones, de promesas, de quejas y de cuchicheos, de sollozos y de suspiros. En su polvo, se inscriben los rizos y los nudos de interminables persecuciones. Donde los transeúntes apurados se cruzan, aminoran el ritmo, regresan sobre sus pasos. Donde los pasantes desaparecen para siempre, sin dejar en sus huellas el menor indicio que pudiera permitir encontrarlos.

Excepto un azar objetivo…
En el cruce inesperado de dos pavimentos…

Vigilante, solitario, al acecho de detenriinados azares, el vagabundo enfrenta a la mercancía. Escapa de la muchedumbre vulgar de los simples consumidores de objetos. Colmado de tiempo que gasta sin contarlo, gran señor consumidor de tiempo, su tiempo generoso está en las antípodas del tiempo medido y cadencioso de las máquinas y del trabajo. Es el revés de la negación del tiempo de la producción. Así como su espera, que marca el ritmo con asombros y sorpresas, es el opuesto exacto de la espera comercial, homogénea y vacía.

Dos temporalidades, dos maneras de esperar.

La espera que roe y ahueca desde el interior. Que se impacienta y desespera por lo que no vendrá más. Que mira su reloj. Que escudriña la salida del metro, la esquina de la calle, de donde no surge aparición mesiánica alguna. Que se llena de angustia con la idea de este tiempo que pasa, de este presente que no deja de morir a cada segundo, sin que nada ni nadie pueda interrumpir este derroche temporal. Irremediable hemorragia de sustancia vital.

La espera que llama, que ruega, que aulla de amor. La espera del jugador, cuyo tiempo le “escurre por cada poro” por estar tan saturado de ese exceso de savia. Espera del vagabundo que no se deja reducir a una simple osamenta de tiempo, que observa irónicamente el cara a cara estupefacto del consumidor y de la vitrina, el juego de espejos vertiginosos de las mercancías narcisistas, ocupadas en las estratagemas fetichistas de sus seducciones mutuas:

Ahora que se acerca el año nuevo, el día del aguinaldo, las tiendas de aquí construyen a placer los más variados escaparates. Este espectáculo puede procurar al vagabundo ocioso el más agradable pasatiempo: si no tiene la cabeza completamente vacía, de vez en vez se le ocurrirán ideas cuando contemple detrás de las vidrieras deslumbrantes el montón abigarrado deartículos de lujo y de objetos de arte, también al echar tal vez una mirada al público que está ahí, a su lado. Sobre sus rostros estas personas tienen una expresión tan fea, de seriedad y de dolor, están tan impacientes y tan amenazantes que hacen un siniestro contraste con los objetos ante los que permanecen con la boca abierta; uno se siente invadido por la angustia al pensar que algún día esos hombres podrían caer a golpes sobre todos aquellos, con los puños cerrados, y destruir lamentablemente todas esas baratijas abigarradas y centelleantes de la alta sociedad, junto con la propia alta sociedad16.

Ya que el encanto puede terminar. El sortilegio puede ser roto. El fetiche caer.
¿Vagando por el pavimento?
El pavimento desafía la vagancia.

Los adoquines disparejos exigían espacio y sombra. Las fotos de Atget invitaban a seguir, en callejuelas inciertas, a las siluetas fugitivas. Simple superficie inmóvil, sin profundidad ni misterio, el pavimento sostiene, pasivamente, desechos, huellas, olores.

El adoquín resonaba bajo el paso despreocupado del vagabundo y bajo los golpes desenvueltos de su bastón ferrado. Lustrado por los aguaceros, ofrecía su espejo cómplice al dandismo de Baudelaire y de Blanqui. El pavimento amortiguó mortalmente el pisoteo de los curiosos, fundidos en la multitud anónima.

Arlette y Rico desajustan este entorpecimiento.

Agrimensores al acecho, peatones a flor de pavimento, reconstituyen un paisaje al ras del suelo, recostado, aplastado. Apuntan los indicios de una pesquisa enigmática. Como si esos desechos anodinos hablaran aún de una ausencia. Como si protestaran contra la indiferencia, a nombre de una “manera diferente de caminar”: la de los desfiles variopintos, de las manifestaciones curvilíneas y serpentinas, como tormentas y oleajes rotos, tan apreciados por Fourrier, de las “jornadas” revolucionarias cuando el pueblo arranca su libertad del estancamiento de la masa.

¿Juego de pista?

En la jungla de asfalto de las ciudades, todo se pierde. El vínculo de las causas y los efectos se rompe. Los cadáveres desaparecen. Los culpables se desvanecen: “ya que ignoro a dónde huyes, tú no sabes dónde voy…”, escribe Baudelaire.

Perdido en la inmensidad de la superficie urbana, el pavimento es siempre el lugar de un crimen en potencia (donde se arrastran como memoria una pistola y un par de esposas), un fondo negro sobre el que el contorno de un cuerpo tirado puede llegar a delimitarse con tiza blanca, que los transeúntes esquivan o saltan piadosamente.

El vagabundo se vuelve entonces rastreador, detective.

Persigue un botín que el ladrón se lleva borrando sus huellas en el laberinto de la ciudad. Será recuperado, tal vez, en el azar de los reencuentros entre los seres y las cosas, tan insólitos como el de la máquina de coser y el de la mesa de operaciones.

Puede ser. Pero ¿quién sabe?

En la época en la que Haussmann se definía a sí mismo como “artista demoledor”, los barrios comenzaban a perder su fisionomía propia, en beneficio de un enrojecido cinturón en devenir.

La lava del pavimento engulló la Capital del siglo XIX.

El neohaussmannismo y sus elefantes rosas concluyen bajo nuestra mirada esta empresa de provincialización satisfecha. Aldea arrogante del siglo XIX, París se cubre de pústulas monumentales como recuerdo anticuario de un pasado caduco [révolu]. Bolsa, dinero fácil, cortesanos y cortesanas flexibles, fortunas rápidas y desgracias repentinas, todo sin embargo, más allá de las grandes obras públicas, perpetúa la atmósfera venenosa del Segundo Imperio, intoxicado por las especulaciones de Saccard y la putrefacción de Nana17:

Al lado de los vividores arruinados, los de medios de subsistencia dudosos y de origen igualmente dudoso, de aventureros y de desechos corrompidos, se veían ahí vagabundos, soldados en licencia, presidiarios salidos de la jaula, condenados quebrantando su condena, rateros, charlatanes, lazzaroni18, carteristas, estafadores, jugadores, rufianes, padrotes de prostíbulos legales, cargadores, escritorzuelos, organilleros, pepenadores. afiladores, estañadores, mendigos, en pocas palabras, toda esa masa confusa, descompuesta, flotante, que los franceses llaman “la bohème”19.

A esta fauna abigarrada, a lo sumo, conviene agregar la cohorte moderna de especuladores tenebrosos, facturadores verdaderos-falsos, policías ladrones, nuevos filósofos extenuados, intelectuales mediáticos, modistos lujuriosos, saltimbancos condecorados [decores], presentadores-croupiers de la pantalla chica, estrellas eclipsadas y eclipses sin estrellas, jockeys obesos y luchadores de sumo anoréxicos, antisemitas resucitados y racistas pacientes, socialistas sin reformas y estalinis-tas sin estatuas, editores a las órdenes de benévolos censores, diputables desechables, ministros portables, presidenciables insoportables…, para cocer a fuego lento el consomé de incultura presente y por venir.

Todo lo que era estable y sólido se esfuma.
Los habitantes de las ciudades caen como polvo de gente.

La propia ciudad se disuelve en el asfalto. Deja correr su sustancia cual lenguas tentaculares de vías rápidas y periféricas, en escurrimientos apresurados que se pierden en el horizonte, antes de conurbar sin decencia en la red de metrópolis vidriosas y alquitranosas.

¿Y entonces…? Entonces, el pavimento parisino, en su indiferencia, se une al de México, Berlín, Ámsterdam, Praga, o La Habana. México: pavimento impregnado de grasa de tacos, entre Bucarelli y la Ciudadela, bajo las miradas irónicas del águila, de la serpiente y de los mártires Niños héroes. Ámsterdam: pavimento del Jordaan, ardiendo en disputas antiguamente heroicas, bajo el cual corre aún el furor tranquilo de Ba-ruj Spinoza. Berlín: pavimento de pasos cadenciosos, siempre alfombrado de escombros de muros derribados, como si una calle vertical, que no lleva a ningún lado, hubiera terminado por matarse de hastío. Praga: pavimento de ciudad sin amarras, que provocaba en Kafka un extraño mareo en tierra firme. La Habana: pavimento en fusión, sobre el que ya no rebotan los fusilamientos de la calle Humboldt, donde ya no resuenan las salvas de los heroicos asaltos a la residencia de Batista.

Y sobre estos pavimentos, siempre, yacen abandonadas, como después de una manifestación brutalmente dispersada, los titulares de las gacetas del día: perecedera y mentirosa Pra-vda sin porvenires, mortalmente herida por el acontecimiento del día; Rudé pravo que anuncia el hundimiento de un mundo vencido por la idea fija de su eternidad; el propio Granma20 náufrago después de haber sobrevivido increíbles tormentas.

Pavimentos de tiempos suspendidos:

Pasión sin verdad, verdades sin pasión, héroes sin heroísmo, historia sin acontecimientos; desarrollos cuya única fuerza motriz parece ser el calendario, fatigado por la repetición constante de las mismas tensiones y de las mismas distensiones; antagonismos que parecen agudizarse por sí solos periódicamente, sólo para poder mitigarse y derrumbarse sin resueltos…21Tiempo homogéneo del calendario, fijo en esos cortes de prensa. Hojas muertas de una historia sin una magnífica salida del sol. Testigos que se han tornado amarillentos en su impostura, que debía pavorosamente poner fin al pavor sin fin, para que fuera posible volver a empezarlo todo.

Benjamín recuerda cómo el incendio de París, durante la Comuna “corona dignamente la obra destructiva de Hauss-mann”. Como si las petroleras hubieran resuelto con fuego un antiguo litigio cuyos riesgos sobrepasan aquellos, aparentes, de la arquitectura y del urbanismo. Un siglo más tarde, en su escala de insurrección en miniatura, el incendio de la Bolsa respondía a los envilecimientos de Malraux22.

Siempre quedan Bolsas por quemar.
¿Volver a empezar? ¿Volver a aprender a vagal?

¿A conspirar? Es exactamente lo mismo. El señor Taylor, se cuenta, no se equivocaba en eso, él que declaraba la guerra a la vagancia obrera. Vagar es gastar, sin contarlo, ese precioso tiempo que, como todos sabemos, es dinero. Es gastar de manera improductiva, prodigar su tiempo sin forzosamente perderlo. Es aprender por experiencia que el gasto no es necesariamente una pérdida.

Cuando, “en la persona del vagabundo la inteligencia se dirige [se rend] al mercado” la hora final de la mercancía ya no está lejos. A pesar de sus metamorfosis y sus argucias teológicas, su misterio está a punto de ser penetrado. El vagabundo permanece, sin embargo, como un ser flotante, una criatura de entremundos. Sin posición económica ni determinación política precisas, está hecho de la misma madera que los conspiradores profesionales23.

De la vagancia a la conjura no hay más que un paso.

Un delgado umbral. Un pasaje tan atractivo como esos ambiguos pasajes al espacio, “calles lascivas del comercio adecuado solamente para despertar los deseos”. Con el objetivo de escapar de la calle y del deseo, “el hombre irrealizado [dé-réalisé] hace de su domicilio un refugio”:

El interior es el asilo en donde el arte se refugia. El coleccionista se descubre como el verdadero ocupante del interior… El interior no es solamente el universo de lo particular, sino también su estuche. Habitar significa dejar huellas. En el interior el acento se coloca sobre ellas. Se invita a una multitud de coberturas, de fundas, de vainas y de estuches donde se imprimen las huellas de los más cotidianos entre los objetos de uso. Las huellas del habitante también se imprimen en el interior. De ahí nace la novela policiaca que se interesa en seguir sus huellas. Filosofía del mobiliario, como sus novelas policiacas, prueban [sic] que Poe fue el primer fisonomista del interior. Los criminales de las primeras novelas policiacas no son ni gentlemen ni apaches, sino particulares que forman parte de la burguesía”24.

¿“Volvamos a entrar en la calle”, como lo decía bellamente Gavroche?

El pavimento, en efecto, no es un objeto de interiores; sino la materia propia de la intemperie. Resistente a la escarcha y a la canícula. Dura para la dificultad.

Para enganchar de los muros de argamasa. Para colgar de los faroles bárbaros.
Para exponer a los tormentos de la intemperie. Para “volver a entrar en la calle”.

Para acechar desde ahí al acontecimiento que lo librará de su suplicio vertical de pavimentos desollados, de colores grisáceos, sangrantes y palpitantes como los trozos de carne de Soutine25. Llaman, desde todas sus heridas metálicas, a la irrupción, al surgimiento, al brote susceptible de interrumpir el curso uniformemente vacío de los trabajos y los días. Para verificar, en su destino roto de pavimento, si es cierto que “la revolución desembruja a la vida”26.

Vagando por el pavimento. La ciudad insurgente de Blanqui y Benjamin

Traducción de J. Waldo Villalobos

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  1. [Título original: “En flânant sur les macadams”. En esta traducción, el verbo francés flâner y sus palabras derivadas se traducirán como “vagar” (es decir, flâneur, “vagabundo”; flânerie, “vagancia »). Por otro lado, macadam y su plural, macadams, se presentarán ambas como “pavimento” (ya que su traducción directa, “macadán”, es prácticamente desconocida en el español de México). Por ello, tanto “pavimento” como “vagal” (y los derivados de esta última) se usarán exclusivamente cuando el original refiera a macadam(s) y flâner. La presente versión al español fue revisada y corregida por el autor. Todas las notas al pie señaladas con asteriscos son del traductor.]
  2. [Joseph Ernest Renán (1823-1892), escritor, filólogo, filósofo e historiador francés. Desde 1845 abandona la vida eclesiástica. Famoso por su libro, La Vie de Jésus (1863), en el que propone tratar la biografía de Jesús como la de cualquier otro hombre y someter a la Biblia al examen crítico de cualquier documento histórico (Pió ix lo llama “el blasfemo europeo”). Es también famoso su discurso de 1882, “Qu’est-ce qu’une nation?”, en el que afirma que la existencia de la nación depende de “un plebiscito de todos los días”. Cf. Wikipédia (francesa), entrada “Ernest Renán”, <http://fr.wikipedia.org/wiki/Ernest_Renan>, consultada el 22 de octubre de 2007.]
  3. [Georges Eugène (barón) Haussmann, prefecto del departamento del Sena de 1853 a 1870, periodo en el que llevó a cabo las obras de remodelación de París y construcción de los grandes bulevares, durante el régimen de Napoleón III.]
  4. [Sous les pavés, la plage: “Bajo el adoquín, la playa”, consigna usada durante el 68 en París.]
  5. [Peyarot, se usa en ciertas zonas de Francia como sinónimo de ropavejero; posiblemente provenga del cevenol, variante dialectal de la lengua occitana. Se define como “comerciantes ambulantes que compraban ropa vieja, plumas y pieles de conejo”. Según otra referencia, los peyarots son “recolectores de tela para la producción de papel fabricado en forma artesanal” que, además, en Borgoña editaron un periódico llamado La Récupération (“la recolección”) hasta 1970.]
  6. Walter Benjamín, “Lob der Puppe”, Literarische Welt, 10 de enero de 1930 [traducción libre].
  7. Walter Benjamin, Le Livre des Passages, París, Cerf, 1990, p. 433 [traducción libre].
  8. El presente texto fue escrito en ocasión de la exposición de Arlette Barry y Rico acerca de los macadams [“el pavimento”]. El principio de dicha exposición era mostrar un panel de plástico calentado para cada distrito [arrondissement], con collages de objetos, desechos y desperdicios recogidos en esos lugares.
  9. Cac 40 [Cotation Assistée en Continu], es el principal índice bursátil de Francia, como el Dow Jones en Estados Unidos o el índice de Precios y Cotizaciones de México.
  10. [Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, anarquistas y obreros de origen italiano que, en 1927, fueron ejecutados en Estados Unidos, bajo el cargo (aún discutido en la actualidad) de haber cometido un robo a mano armada y asesinato en 1920. El juicio causó controversia a escala internacional por su tendencia xe-nófoba, antianarquista y anticomunista. Las ejecuciones de los obreros suscitaron protestas masivas en Nueva York, Londres, Ámsterdam y Tokio, marchas de trabajadores en Sudamérica y disturbios en París, Ginebra, Johanesburgo y en varias ciudades alemanas. Cf. <http://en.wikipedia.org/wiki/Sacco_and_Vanzetti>.
  11. André Bretón, Nadja, París, Gallimard, 1963 [traducción libre
  12. Walter Benjamín, Le Livre des Passages [traducción libre].
  13. Charles Péguy, Clio, [París], Gallimard, 1942 [traducción libre].
  14. Walter Benjamín, “Le Narrateur”, Poésie et Révolution, París, Denoël, 1971, p. 145 [traducción libre].
  15. Karl Kraus, Dits et contredits, París, Champ libre, 1975, p. 139 [traducción libre].
  16. Heinrich Heine, Pages choisies, París, Armand Colin, 1964 [traducción libre].
  17. [Estos dos personajes pertenecen a la serie de veinte novelas de Émile Zola, conocidas como “Les Rougon-Macquart” (subtitulada: “Historia natural y social de una familia bajo el Segundo imperio”). Saccard (La jauría, 1872; y El dinero, 1891) y Nana (Nana, 1880), el especulador financiero y la prostituta de lujo – respectivamente –, son figuras emblemáticas, opuestas y complementarias, del paisaje social francés durante el imperio burgués.]
  18. [Lazzaroni (singular: lazzarone), vagabundo napolitano.]
  19. Karl Marx, Le Dix-huit Brumaire de Louis Bonaparte, París, Éditions sociales, 1984 [traducción libre].
  20. Pravda (en ruso, “la verdad”), Rudé pravo (en checo, “el Derecho rojo”) y Granma (la embarcación que, en 1956, llevó a Fidel Castro y otros 81 rebeldes a Cuba para iniciar la revolución) son nombres de diarios comunistas.
  21. Karl Marx, Le Dix-huit Brumaire de Louis Bonaparte [traducción libre].
  22. Durante las protestas de mayo de 1968, en París, los manifestantes intentaron incendiar – efectivamente – el edifico de la Bolsa (como símbolo del poder del dinero), entre el día 23 y el 24. En contraste, André Malraux encabezó una manifestación en apoyo al gobierno del general De Gaulle el 30 de mayo.
  23. Véase Walter Benjamin, Le Livre des Passages, París capitale du XIXe siècle, París, Cerf, 1989, pp. 42-54. Ver también, Walter Benjamin et París, ed. Heinz Wismann, París, Cerf, 1986.
  24. Walter Benjamin, Le Livre des Passages, París capitale du XIXe siècle, pp. 42-54 [traducción libre].
  25. Chaïm Soutine, pintor francés expresionista, nacido en el seno de una familia judía bielorrusa en 1893 y muerto en 1943: “Recorría las carnicerías de París en busca de la gallina que tuviera la tonalidad y el aspecto adecuados […]. En una ocasión adquirió y trasladó a su estudio un buey entero, muerto, [y se dedicó] a pintarlo hasta que el hedor de la carne putrefacta alertó a los vecinos primero, y a las autoridades después” (cita tomada de la entrada “Chaim Soutine” de Wikipedia).
  26. W. Benjamín; Le Livre des Passages, París capitale du XIXe siècle, p. 440 [traducción libre].
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